lunes, 31 de octubre de 2011


Perdimos la inocencia, la capacidad de asombro, la fe en el futuro, perdimos la iniciativa, el hambre de progreso, las ganas de cambiar lo que hay que cambiar.
El desencanto es la mejor arma de los mas corruptos, de los villanos de la historia. El desencanto nos aísla, nos encierra, nos separa, nos vacía de sueños.
Una generación desencantada es una generación de muertos en vida.
Una generación desencantada no se siente útil, siente que al mundo, a la historia le da lo mismo que ella exista o no, una generación desencantada se siente sola.
Una generación desencantada pide a gritos un milagro; algo que les devuelva la fe en la magia. Para volver a encantarse, para volver a creer en la magia, esa generación debe saber que no está sola. Debe saber que es necesaria, importante y decisiva para otras generaciones pasadas y futuras. Debe saber que lo que encanta de la vida no es el mundo que se recibió, sino el que podemos dejar. 
Para encantarse con la vida, una generación necesita revelarse. El desencanto se contagia fácil, pero el encanto es un trabajo de hormigas. El encanto nos necesita a todos haciendo lo que amamos y amando lo que hacemos, porque es mentira que las cosas son como son; las cosas son como dejamos que sean.
El mundo cambia cuando nosotras cambiamos, y para eso, hay que creer que el cambio es posible, es un acto de fe, un acto de valentía, un acto de compromiso,
un acto de amor.
Te pueden decir que no se puede, te pueden decir que no, una y otra vez no, que esto es lo que hay, y que mas allá de esto no hay nada, solo un triste desencanto y que vos no podes hacer nada, y que hagas lo que hagas no va a cambiar nada, es mentira, es falso.
  También espero que las turbinas de este avión nunca me fallen.

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