No sé
si lo recuerdo o me lo contaron, pero cuando era chiquita mi mamá me decía:
“Dame la mano para cruzar la calle” y yo le decía: “No, no te la doy; te la presto”,
porque dar la mano me sonaba a darla; sacármela y darla, pero dar una mano ¿No
es un poco eso?
Dar
una mano a alguien es mucho mas que hacer un favor; no es dedicarle unos
minutos que te sobran o prestar una remera que no usas; es dar una parte tuya; es darte vos.
Dar la mano es aferrarte y
aferrar al otro.
Cuando
el mundo se vuelve un abismo y todo se cae, tus manos se aferran a algo; se aferran a alguien; alguien que no te
deja caer.
Cuando vos diste tu mano, ya
no hay forma de soltarla; ya no es tuya; está unida a la del otro; las dos
manos son una. Las manos nos unen; nos suman. Cuando damos la mano dejamos de ser “Yo”
para ser “Nosotros”.
Nunca voy a soltarte la mano.
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